Desde que Teté Ferreiro y Elena Barraquer me dieron la oportunidad de trabajar con ellas en la Fundación y ayudarles a preparar las expediciones he vivido cada una de ellas con mucha emoción y nerviosismo, pero siempre desde el otro lado del ordenador y del whatsapp: que los equipos tengan todo, que los billetes estén bien, que no haya problemas con la documentación, visados, vacunas, maletas…
Poder participar directamente en una de ellas, y en un país como Sierra Leona, ha sido una de las mejores experiencias de mi vida y sin duda alguna me va a ayudar a mejorar en mi trabajo y espero que también como persona.
Debo decir que la llegada a Freetown impresiona y los primeros días allí no fueron fáciles: montar el quirófano, conocer todo el material que llevamos en 32 maletas, prepararlo, un primer día un poco frustrante con muy pocos pacientes (sobre todo teniendo en cuenta que en todo Sierra Leona sólo hay cinco oftalmólogos). Pero, una vez solventados los pequeños problemas, conseguimos operar una media de 70 pacientes diarios para un total de 332 cataratas.
La ciudad es de alguna manera caótica. Está construida para 80.000 personas y actualmente cuenta con una población que llega al millón y medio de habitantes. Las infraestructuras se han quedado pequeñas y en muchos casos lo más básico para vivir ni existe.
Nuestro día a día no dejaba tiempo a nada más que no fuese para lo que estábamos allí. El día empezaba desayunando a las 06h30, a las 07h00 arrancaba el bus hacia el hospital, comenzaba la visita a los pacientes que debían ser operados ese día mientras se montaba el quirófano y así empezar a operar antes de las 09h00, si todo iba bien.
De la consulta el paciente iba a anestesia y de ahí a la cirugía, y cuando ya estaban todos los del día visitados, comenzaba la visita a los operados del día anterior para ver los resultados y explicarles el tratamiento de post-operatorio. Así todo el día hasta pasadas las 21h00, con un pequeño parón para comer rápido y seguir; para cuando llegábamos al hotel estábamos todos reventados, pero con ganas de que llegase el día siguiente y poder hacer más y más.
Cuesta explicar lo que se vive allí en cada momento, la tensión, la rapidez con la que pasa todo y lo caótico que puede parecer, pero a la vez es increíble la manera en la que todo el equipo trabajaba como si lo hubiésemos hecho en un sinfín de ocasiones anteriormente. Nunca me habría imaginado que 10 desconocidos…la mayoría sin la menor experiencia en medicina pudiera llevar tal volumen de pacientes y trabajo y tan bien. Un trabajo en cadena, y sobre todo en equipo, que no cesaba desde que llegaba el primer paciente hasta que se iba el último.
¿Desfallecidos? No. Todo el agotamiento y el caos se te olvida cuando por primera vez ves a un paciente sonreír. Uno de los pacientes que atendimos tenía cataratas en los dos ojos. Elena le operó un ojo por la mañana, Leo el segundo por la tarde y le destapó el primero para ver como había ido; le cogí de la mano para ayudarle a bajar de la camilla, se me quedó mirando y con una sonrisa inmensa -que casi no le cabía en la cara- me miró y me dijo: ¡Te veo perfectamente!
Fue un momento y unas sensaciones muy difíciles de describir. La sonrisa de felicidad de aquel hombre, que en tan solo un día podía ver de nuevo después de años de ceguera, es la razón por la que vamos a estas expediciones y por la que todos queremos volver.
No puedes evitar que se te ponga la piel de gallina y se te escape una lagrimilla viendo su sonrisa y sabiendo que él puede ver la tuya.
Es la maravilla de las expediciones que realiza la Fundación Elena Barraquer, que puedes ver los resultados inmediatamente y como les mejora la vida a todas estas personas en menos de 24 horas.
Todos nos hemos parado a pensar que hay detrás de toda esta gente que viene a operarse, su historia personal en un lugar tan complicado como es Sierra Leona, la Guerra Civil que sacudió el país, la terrible epidemia de ébola que dejó más de 11.500 fallecidos… Si al menos conseguimos, entre todos, mejorarles un poquito su vida devolviendo la visión estamos en el buen camino ayudando no sólo a ellos sino también a su familia.
Gracias al apoyo de Equatorial Coca-Cola Bottling Company y la ayuda de Munatsi, Sonia y Berta hemos podido ir un equipo formado por diez personas de la Fundación y dos de la Ruta de la Luz. El equipo humano no podía haber sido mejor y es el recuerdo más valioso que me llevo de esta expedición: LA GENTE.
Gracias a Elena y a Leo, los cirujanos que lo dieron todo, cataratas fáciles, difíciles y dificilísimas que no se les resistían. 12 horas operando sin parar donde nunca se olvidaron de su buen humor y la alegría de devolverle la vista a estas personas. Pero en todos estos pacientes había un denominador común: Se levantaban de la camilla dándo las gracias emocionados.
A las instrumentistas Natalia y Andrea (que no siempre conseguía ver la luz cuando fallaba el generador del hospital) que nos han enseñado y guiado en el quirófano. ¡Lo que he aprendido con vosotras! Ahora ya distingo algunas cánulas, revolutions y alguna cosa más (¡pero aún queda margen para aprender más!).
A Isa, la súper voluntaria de campo con más experiencia, que hizo que, junto a Jon, nuestro trabajo (hasta en los momentos de crisis estilo Minions) fuese todo rodado. ¡El mejor “Team Statim”!
A Simona, la anestesista, dulce y paciente con cada persona que pasaba por sus manos con la gran ayuda de Natalia. Sus notas en las fichas de los pacientes para saber si tenían miedo y poder cogerles de las manos para tranquilizarles es otro detalle del gran equipo que hemos tenido.
A Andrés y Edurne que llevaron la consulta y visita de los pacientes a la velocidad de la luz. Andrés tan callado en sus primeras 48 horas con el equipo, y luego una máquina pasando consulta. ¡Qué habríamos hecho sin las fotos y vídeos de Edurne! Gracias a ella pudimos ver las sonrisas y avances de los pacientes que pasaron por quirófano.
A Julio, el fotógrafo, que nos salvó de algún problemilla de último minuto.
Y no podían faltar nuestros optometristas de la Ruta de la Luz, Ángel y Fernando, que batieron récords de graduación y récords de risas. Si algo se rompía, pues le hacían un nudo, ¡y ya está!
A todo el equipo del Connaught Hospital, del ala de Oftalmología, sobre todo a Abi la enfermera que estuvo todos los días al pie del cañón ayudándonos con todos los pacientes.
A Teté, por darme la oportunidad de trabajar con ella en la Fundación y por animarme a ir a Sierra Leona. Y a todas las chicas que preparan todo el material: Mevi, Miriam, Maite, Nuria… ¡Gracias!