Estás en tu oficina, sentado cómodamente delante de tu ordenador de última generación, preocupado de las llamadas de ese móvil con 5G que tienes a tu derecha y pendiente de tu reloj impoluto colocado en tu muñeca izquierda, que posiblemente sea un regalo de esa celebración tan jocosa que tuviste hace un par de meses, esa en la que te lo pasaste tan bien. Llegas a casa y te tumbas en el sofá, abres todas las redes sociales existentes y hasta te atreves a compartir la mítica imagen del niño de África hambriento o esa familia de refugiados escapando de la guerra. No seamos hipócritas, por mucho que reivindiques desde tu casa todas esas injusticias, nada va a cambiar.
Algo te remueve por dentro, y buscando y buscando encuentras muchas ONG ́s que ponen su granito de arena en este injusto mundo, y piensas que igual queda esperanza en el ser humano. Haces encaje de bolillos entre tus ingresos y tus vacaciones del trabajo y te apuntas en una fundación que, gracias a una simple operación de cataratas, puede recuperar la vista de un pueblo entero y como consecuencia de ello, la vida.
Nunca subestimes la perseverancia de un gallego en conseguir todo lo que se proponga y si encuentras en el camino a otro gallego, aunque sea de raíces, ya no hay marcha atrás, tenemos todas las de ganar.
Te pones tu polo rosa fucsia y tus convers blancas sabiendo que va a ser el último viaje con ellas y te plantas en el aeropuerto del Prat a las 04.00 h de la mañana, tan despierto e ilusionado que parecen ser las 18.00 h de la tarde. Conoces a los que serán tus compañeros de batalla, que aunque son todos desconocidos para ti, tenéis algo tan fuerte en común, que parece que os conocéis de toda la vida. Pronto conocerás a la que será la capitana de tu experiencia, ves llegar a un cuerpecito saltarín a lo lejos, con una sonrisa en la cara y nervio puro por dentro y como quien va a saludar a su estrella de fútbol favorita, que ha visto un millón de veces por la tele, te presentas y mantienes la compostura, igual hasta no se da cuenta de esa ilusión que llevas por dentro y la emoción contenida de que llegase ese momento.
El viaje se te pasa volando, nunca mejor dicho, y apareces en la cuarta isla más grande del mundo y con la ilusión más grande del mundo.
Los próximos días serán una mezcla de mucho trabajo, satisfacción y ganas de seguir poniendo tu granito de arena ayudando a los demás, me da igual que seas de letras o de ciencias, se de una graduada en Derecho que ha estado una semana entera ayudando en un quirófano. Y poco a poco avanza tu semana, te aprendes las manías y gustos de los demás y concibes que ellos se adaptan a ti y tú a ellos. Si tenemos que recorrer Antananarivo entero en busca de un altavoz para operar, se hace. Y si tenemos que contar 1230 veces el material quirúrgico, también se hace. Pero el día que recordarás para siempre y contaras una y mil veces será el último día de consulta, ayudando a tu compañero a destapar los ojos de todas esas personas que te han dado las gracias en todos los idiomas posibles. Esa cara sincera de agradecimiento con la que te van a mirar, como si fueras la luz que ilumina su vida, se quedará dentro de ti para siempre. Si logras salir de ahí sin una lágrima, es que no estás vivo.
Te volverás a montar en el avión de vuelta a casa siendo otra persona, viendo la vida desde otra perspectiva y con once “follows” más para tus redes sociales, porque en Madagascar también se encuentran influencers, de esos de los que tenemos que seguir bien de cerca y dejar que te marquen.
Gracias Elena, Coco, Álvaro, Maite, Natalia, Andrea, Jesús, Marta e Iñaki por dejarme ser vuestra seguidora.
Fahazavana
Cristina Fernández